Directora: Dra. María Cecilia Colombani
Co-director: Guido Fernández Parmo
Investigadores docentes: Ignacio Testasecca, Juan Manuel Dourado
Investigadores alumnos: Luchas Lesteche, Sonja Ulloa, Lucía Di Cugno
Partiremos de una base filosófica centrada en Deleuze, Foucault y Marx, para pensar el problema de la otredad y la identidad. Este triple punto de partida, esta tríada filosófica, nos permite pensar a la otredad desde su constitución. Los tres pensadores comparten la idea de que la realidad, incluida la otredad y la identidad, es un producto de fuerzas histórico-ontológicas. En los tres existe una especie resonancia e inspiración nietzscheana que permite comprender la constitución de la otredad a partir de vectores diversos.
De esta manera, es preciso transitar experiencias distintas de constitución de la otredad para comprender esta lógica de las fuerzas. Los discursos de la religión y la mitología, las formaciones clasistas, las representaciones ideológicas de raza, el arte como experiencia de lo otro, las diversas tecnologías de construcción de géneros: en todos los casos estamos ante la compleja construcción de otredades e identidades que acontecen en la historia. Producción que es, así, producción histórico-ontológica, de ahí nuestra base filosófica.
Proponemos pensar algo así como un nudo compuesto de tres vectores: el griego antiguo, el moderno y el colonial. La idea de nudo alude a que no se trata de una sucesión cronológica, ni de una evolución histórica de la construcción de la identidad y otredad, sino de entender en qué sentido existe una estructura, abierta y cambiante, que tiene estos tres ejes, que se define simultáneamente por estas tres épocas.
Se trata de algún modo de pensar a la Identidad y la Otredad inscribiéndolas en lo que Deleuze y Guattari llaman un plano de inmanencia del pensamiento (DELEUZE-GUATTARI, 1997) en donde pueden coexistir tiempos estratigráficos. Esto es, un pensamiento que se define recíprocamente según sistemas pasados y futuros. Así, el discurso antiguo, mitológico, sobre la otredad constituye y le da consistencia al discurso moderno de la identidad y la otredad presentes en Descartes, así como a la construcción colonial de la clase, la raza y el género. Pero, al mismo tiempo, en la medida en que, en tanto investigadores, formamos parte de ese plano de pensamiento, es preciso decir que la construcción moderna cartesiana y colonial también está presente y sostiene a la construcción antigua mitológica.
Nuestro triple nudo está compuesto así por la Antigüedad, la Modernidad y el Mundo Colonial. La Antigüedad griega ha definido dos topoi simbólicos para territorializar a la identidad (Mismidad) y a la otredad: la hybris y la sophrosyne. Estos topoi están definidos discursivamente, en la mitología, por dos linajes, uno claro y otro oscuro, que seguirán presentes, como los trazos gruesos de la cultura, en el período clásico. En este sentido esa es la expiencia dominante griega de la identidad y la otredad.
Para el caso de la Modernidad, la filosofía retoma estos viejos conceptos, juntos con los de la filosofía de Aristóteles, para realizar un giro antropológico en donde el problema a pensar será el Sujeto y ya no el Cosmos (Objeto). El Sujeto encerrado en sí mismo dió el fundamento para pensar la identidad moderna, ligada fuertemente a la racionalidad, y, por oposición, a la otredad, ligada a lo monstruoso. El Sujeto como modelo de identidad encontrará su fundamento, en la tradición cartesiana, en el concepto aristotélico y medieval de sustancia. La sophrosyne termina su larga ligazón con la identidad y la hybris con la otredad. El pensamiento mismo terminará negando la existencia misma de la hybris y del movimiento, erradicando a la otredad de la ontología, condenándola a la nada.
Esta manera de pensar la identidad se trasladó a la construcción colonial. Europa misma se pensó como el Sujeto, siempre idéntico a sí mismo, y a la Otredad, a América, por ejemplo, como esa realidad incomprensible e imperfecta. El esfuerzo de los discursos modernos por dominar a esta nueva realidad se centró en su reducción a categorías igualmente cerradas y permanentes. Los conceptos de clase, raza y género buscaron realizar esta operación.